De todos los asuntos por los que los hombres son tan diligentes y solícitos, no hay ninguno de tan absoluta necesidad y alta importancia como la preparación para la muerte y el juicio, y la consecuencia inmediata de ellos, el Cielo y el Infierno, para obtener el uno y escapar del otro. Esto requiere todo el hombre en su mejor vigor, y debería ser el trabajo del día, pero generalmente se retrasa hasta la melancólica tarde de la vejez, o el crepúsculo de la muerte. Las nimiedades de este mundo los desvían de ese asunto principal, al que todas las demás cosas deberían estar subordinadas. Merece igualmente asombro y compasión que la muerte, que está tan constantemente a la vista de los hombres, sea tan raramente objeto de su aplicación, cuando todos son del mismo frágil vidrio, hechos de los mismos frágiles principios naturales; y ningún argumento es más frecuente y patético sobre ellos. No es extraño que las verdades profundas, que por la fuerza y el ejercicio de la mente se sacan como el oro de las minas, no tengan eficacia sobre los que no son capaces de entenderlas. Pero las doctrinas de la muerte y del juicio, del Cielo y del Infierno, son verdades claras, por evidencia natural, moral y divina, conocidas por todos. Sin embargo, no afectan a los hombres más que una paradoja de increíble novedad. Si la doctrina del juicio eterno no fuera más que una opinión probable, controvertida con iguales argumentos, sin embargo es un asunto de tan vasto interés, que la razón requiere toda nuestra posible diligencia para evitar un mal eterno, que puede ser la pérdida de la gloria celestial, y los tormentos del infierno. Pero como es una verdad infalible, tan cierta como la palabra de Dios, es un milagro que asombra al cielo y a la tierra, que los hombres vivan tan despreocupadamente como si no fueran a morir nunca, y mueran tan seguros como si no fueran a vivir en el próximo estado, para recibir el justo castigo de sus pecados. No tienen miedo mientras la muerte está lejos en sus pensamientos; y cuando la edad ha nevado sobre sus cabezas, para que no aparezcan marcas de naturaleza decadente, hacen florecer su propio invierno con la primavera de otro. Pero es en vano, ya que la muerte los conoce bajo su disfraz, y no se quedará más allá del tiempo señalado. Y en esa hora decisiva, la infidelidad o la presunción endurecen a los hombres para que pasen tan tranquila y audazmente, en apariencia, al mundo eterno, como la fe sincera, y una esperanza viva y regular en las promesas del Evangelio. Pero así como la medicina engañosa detiene el apto para el presente, que volverá más violenta y fatalmente después, así una falsa paz corta los transmite a las penas eternas.

When Dr. Reggie Anderson is present at the bedside of a dying patient, something miraculous happens. Sometimes as he sits vigil and holds the patient's hand . . . he can experience what they feel and see as they cross over. Because of these God-given glimpses of the afterlife--his "appointments with heaven"--Reggie knows beyond a doubt that we are closer to the next world than we think. Join him as he shares remarkable stories from his life and practice, including the tragedy that nearly drove him away from faith forever. He reveals how what he's seen, heard, and experienced has shaped what he believes about living and dying; how we can face the passing of our loved ones with the courage and confidence that we will see them again; and how we can each prepare for our own "appointment with heaven." Soul-stirring and hope-filled, Appointments with Heaven is a powerful journey into the questions at the very core of your being: Is there more to life than this? What is heaven like? And, most important: Do I believe it enough to let it change me?

This modern-day catechism sets forth fifty-two questions and answers designed to build a framework to help adults and children alike understand core Christian beliefs.

"Ask anything in my name, I will do it." (John 14:14) Charles H. Spurgeon supplies daily deposits of God's promises into the reader's personal bank of faith. He urges the reader to view each Bible promise as a check written by God, which can be cashed by personally endorsing it and receiving the gift it represents!